EL AVARO
de Molière
Ricardo Salim
Tucumán, 2003.
Revisada 2014
PERSONAJES
HARPAGÓN, padre de Cleanto y de Elisa y
enamorado de Mariana
CLEANTO, hijo de Harpagón, amante de Mariana
ELISA, hija de Harpagón, amante de Valerio
VALERIO, hijo de Anselmo y amante de Elisa
MARIANA, amante de Cleanto y amada por
Harpagón
ANSELMO, padre de Valerio y de Mariana
MADELÓN, madre de Valerio y Mariana
FROSINA, mujer intrigante
DON SIMÓN, gestor
DON SANTIAGO, cocinero y cochero
de Harpagón
FLECHA, criado de Cleanto
CLAUDETTE, sirvienta de Harpagón
MAROTTE, sirvienta de Harpagón.
MERLUZA, sirvienta de Harpagón
CLAUDETTE, sirvienta de Harpagón
COMISARIO
ESCRIBA
La
escena, en casa de Harpagón y en la Feria.
ACTO PRIMERO
ESCENA
1
Valerio y Elisa
VALERIO.
¡Mi encantadora Elisa! Te
veo melancólica. ¿Acaso lamentas haberme hecho feliz y te arrepientes del
compromiso al que mi pasión te llevó?
ELISA.
No, Valerio. Me
inquietan las consecuencias, y temo amarte más de lo debido.
VALERIO.
¿Cómo? ¿Qué miedo puedes
tener, Elisa?
ELISA.
¡Ah! Cien a la vez; la
ira de un padre, los reproches de una familia, las censuras del mundo; pero más
que nada, Valerio, temo a los cambios de tu corazón, y a esa frialdad criminal
con que los hombres suelen pagar los testimonios ardientes de un amor inocente.
VALERIO.
Sospecha de mí cuanto
quieras, Elisa, antes que de faltar a lo prometido. Te amo demasiado para eso y mi amor durará
tanto como mi vida.
ELISA.
¡Ah, Valerio! ¡Todos
dicen lo mismo! Por las palabras todos los hombres se parecen; sólo las
acciones los revelan diferentes.
VALERIO.
Si sólo las acciones nos
muestran tal cual somos, espera entonces, para juzgar por ellas a mi corazón, y
no busques defectos míos, de antemano.
ELISA.
¡Ay! ¡Con qué
facilidad nos persuaden los que amamos! Si, Valerio, creo que tu corazón es
incapaz de engañarme. Creo que me
quieres con amor verdadero y que me serás fiel.
VALERIO.
¿Pero por qué esa inquietud?
ELISA.
Pienso en el modo en
que nos conocimos y la generosidad con que arriesgaste tu vida para salvar la
mía de las olas cuando estuve a punto de ahogarme. La ternura que me brindaste. Las muestras constantes de un amor ardiente
que ni el tiempo ni las dificultades pudieron desalentar, al punto que,
olvidando tu posición y tu origen, para poder verme, te convertiste en mayordomo
de mi padre. Todo esto me maravilla, y justifica
la promesa que te hice; pero quizá no sea suficiente para justificarlo ante los
demás, y no estoy segura que ellos compartan mis sentimientos.
VALERIO.
De todo lo que has dicho,
sólo por mi amor creo merecer algo, y en cuanto a tus escrúpulos, tu padre mismo
los justifica ante todo el mundo, pues los excesos de su avaricia y el modo
miserable en que vive con sus hijos autorizarían cosas más extrañas. Si puedo, como espero, encontrar a mis
padres, no nos costará demasiado trabajo ponerlos de nuestra parte. Espero noticias de ellos con impaciencia y,
si tardan en venir, yo mismo iré a buscarlos.
ELISA.
¡Valerio! ¡No te vayas
de aquí, te lo ruego! Piensa solamente en conquistar a mi padre.
VALERIO.
Ya ves la energía que pongo
en eso y las astucias que tuve que desplegar para entrar a su servicio; y qué
personaje interpreto todos los días ante él para despertar su afecto. Descubro que para ganarse a los hombres no
hay mejor vía que el servilismo; pero cuando se los necesita hay que ajustarse
sin chistar a ellos. Y ya que sólo así pueden ser conquistados, la culpa no es
de los aduladores sino de quienes quieren ser adulados.
ELISA.
¿Por qué no tratas
también de ganarte el apoyo de mi hermano?
VALERIO. Creo
más bien que tú podrías influir sobre tu hermano para ponerlo de nuestra
parte. Ahí viene, yo me retiro.
Aprovecha este tiempo para hablarle y, sobre lo nuestro, no le cuentes
más de lo que creas oportuno.
ELISA.
No sé si me atreveré a
hacerle esa confesión.
ESCENA 2
Cleanto y Elisa
CLEANTO.
Me alegra encontrarte sola,
hermana. Muero por confiarte un secreto.
ELISA.
Habla, hermano. ¿Qué
me quieres decir?
CLEANTO.
Muchas cosas, hermana mía,
envueltas en una palabra: amo.
ELISA.
¿Amas?
CLEANTO.
Amo. Pero antes de ir más
lejos sé que dependo de un padre, y que el nombre de hijo me somete a su
voluntad; que no debemos comprometernos sin el consentimiento de los autores de
nuestros días; que el cielo los hizo dueños de nuestros deseos y ha ordenado no
disponer de ellos, sino bajo su guía; que no estando ellos contaminados por
ningún loco ardor, están en condiciones de equivocarse mucho menos que
nosotros. Te digo todo esto hermana,
para que no te tomes el trabajo de decírmelo, porque mi amor no quiere escuchar
nada.
ELISA.
¿Te comprometiste con
la que amas, hermano?
CLEANTO.
No; pero está decidido y te
pido una vez más que no intentes disuadirme.
ELISA.
¿Soy, hermano, una
persona tan distinta de ti?
CLEANTO.
No, hermana; pero no
amas. Ignoras la dulzura que un amor
tierno ejerce sobre nuestros corazones.
Temo a tu cordura.
ELISA.
Si te abriera mi
corazón, quizá me verías menos cuerda que tú.
CLEANTO.
¡Ah! Quiera el cielo que tu
alma, como la mía...
ELISA.
Terminemos antes con
tu asunto y dime a quien amas.
CLEANTO.
A una muchacha que vive hace
muy poco por aquí y que parece creada para enamorar a todos cuantos la
ven. Se llama Mariana y vive bajo el
cuidado de una madre que está casi siempre enferma y por quien esta amorosa
criatura tiene sentimientos de cariño increíbles. Se ven brillar mil gracias en todas sus
acciones… una dulzura llena de atractivos, una bondad tan seductora, una
honestidad tan adorable, un… ¡Ah, hermana! ¡Ojalá la hubieses visto!
ELISA.
La veo bien, hermano,
por todo lo que dices, y para saber quién es, me basta con que tú la ames.
CLEANTO.
He descubierto que ella y su
madre pasan necesidades. Imagínate
hermana, qué dicha podría lograrse ayudando a la persona que se ama, y mira con
qué disgusto, por la avaricia de un padre, me veo imposibilitado de probar esta
alegría y de deslumbrar a esta hermosura con el testimonio de mi amor.
ELISA.
Me imagino, sí, cuánta
pena debes sentir, hermano.
CLEANTO.
¿Hay algo más cruel que esta
rigurosa economía que se ejerce a costa nuestra, que esta escasez
incomprensible en que se nos obliga a languidecer, si para sobrevivir ahora me
veo obligado a endeudarme hasta la cabeza, sí como tú me veo reducido a buscar
constantemente ayuda de los sastres para estar al menos decentemente vestido?
Quise hablarte para que me ayudes a encontrar el modo de explicar a mi padre lo
que siento; y si él se opone, he resuelto irme con esta adorable criatura a
gozar de la suerte que el Cielo quiera ofrecernos. Para hacerlo, conseguiré de alguna parte dinero
prestado, y si tus problemas, hermana son semejantes a los míos, y nuestro
padre insistiera en oponerse a nuestros deseos, lo abandonaremos los dos, y nos
liberaremos de esta tiranía en que nos tiene desde hace tanto tiempo, su
avaricia insoportable.
ELISA.
La verdad es que todos
los días nos da más y más motivos para llorar la muerte de nuestra madre, y
que…
CLEANTO.
Oigo su voz; Sigamos hablando
en otro lugar. Debemos unir fuerzas para
defendernos de su crueldad.
ESCENA 3
Harpagón y Flecha
HARPAGÓN. ¡Fuera de aquí ahora mismo, y no me
repliques! ¡Lárgate de mi casa, ratero, verdadera carne de horca!
FLECHA.
(Aparte.)
No he visto nunca a nadie tan perverso como este maldito viejo; y creo, que
tiene el demonio en el cuerpo.
HARPAGÓN.
¿Qué murmuras entre dientes?
FLECHA.
¿Pero, qué hice?
HARPAGÓN.
Lo suficiente para querer que te
vayas.
FLECHA.
Patrón, su hijo me ordenó
esperarlo.
HARPAGÓN.
¡Lo esperas en la calle! No quiero
verte más en mi casa, clavado como un poste, mirando todo lo que pasa para ver
qué se puede robar.
FLECHA.
¿Cómo demonios quiere usted
que uno haga para robarle! ¿Es acaso fácil de robar? Tiene todo bajo llave y
hace de centinela día y noche.
HARPAGÓN.
¡Pondré llave a todo lo que quiera
y haré de centinela cuando se me dé la gana! ¿Serías capaz de comentar que en
mi casa tengo dinero escondido?
FLECHA.
¿Tiene dinero escondido?
HARPAGÓN.
¡No, delincuente, no dije eso!
Pregunto si, de mala fe, no irás a comentar que lo tengo.
FLECHA.
¿Qué me importa a mí que lo
tenga o no, si para mí es lo mismo?
HARPAGÓN.
¡Sigues con tus razonamientos! Ya
te daré yo razonamiento en las orejas. Fuera de aquí, por última vez.
FLECHA.
Está bien. Me voy.
HARPAGÓN.
Espera. ¿No te llevas nada?
FLECHA.
¿Qué voy a llevarme?
HARPAGÓN.
Ven aquí que te mire. ¡Las manos!
FLECHA.
Aquí están.
HARPAGÓN.
Las otras.
FLECHA.
¿Las otras?
HARPAGÓN.
Sí.
FLECHA.
Aquí están.
HARPAGÓN.
(Señalando el
pantalón de Flecha.) ¿No has metido nada ahí dentro?
FLECHA.
Revíseme.
HARPAGÓN.
(Palpando)
Estas prendas anchas son ideales para esconder lo que se roba y quisiera yo que
hubieran ahorcado a alguien por eso.
FLECHA.
(Aparte.)
¡Cómo merecería un hombre así lo que teme! ¡Y qué feliz me haría robarle!
HARPAGÓN.
¿Eh? ¿Hablas de robar?
FLECHA.
Digo que me revise bien para
ver si le robé.
HARPAGÓN.
Eso es lo que quiero hacer. (Harpagón registra los bolsillos de Flecha.)
FLECHA.
(Aparte.)
¡Caiga la peste sobre la avaricia y los avaros!
HARPAGÓN.
¿Qué dices de la avaricia y de los
avaros?
FLECHA.
Digo: “Caiga la peste sobre
la avaricia y los avaros”.
HARPAGÓN.
¿Y a quién te refieres?
FLECHA.
A unos ruines y unos
miserables.
HARPAGÓN.
Pero ¿Quiénes son?
FLECHA.
¿Acaso cree que hablo de
usted?
HARPAGÓN.
Creo lo que creo; pero quiero que
me digas a quién le hablas en esos términos?
FLECHA.
Hablo solo conmigo.
HARPAGÓN.
Voy a molerte a palos.
FLECHA.
¡No nombro a nadie!
HARPAGÓN.
¿Te callarás?
FLECHA.
Sí, aunque me pese.
HARPAGÓN.
¡Basta!
FLECHA.
(Mostrando a
Harpagón uno de los bolsillos de su pantalón) Se olvidó de este
bolsillo ¿Está satisfecho?
HARPAGÓN.
Vamos, devuélveme eso.
FLECHA.
¿El qué?
HARPAGÓN.
Lo que me has quitado.
FLECHA.
No le saqué nada de nada.
HARPAGÓN.
¿De veras?
FLECHA.
De veras.
HARPAGÓN.
Adiós. Vete al diablo.
FLECHA.
(Aparte.)
¡Hermosa despedida!
HARPAGÓN ¡Vete! (Aparte)
No me divierte tropezar siempre con este atorrante.
ESCENA 4
Harpagón, solo
HARPAGÓN.
¡Es muy angustioso guardar en casa
una gran suma de dinero! A mí las cajas fuertes me resultan sospechosas y jamás
me fiaré de ellas. Me resultan un cebo
evidente para los ladrones y siempre es lo primero que atacan. (Creyéndose solo) Sin embargo, no sé si habré hecho bien de
enterrar en el jardín las treinta mil libras que me devolvieron ayer. Treinta
mil libras en oro en la casa, es una suma bastante… (Aparecen Cleanto
y Elisa conversando en voz baja) ¡Oh, cielos! ¿Me habré traicionado
yo mismo? Me dejé llevar por el furor y creo que hablé muy alto. (A Cleanto y a Elisa) ¿Hace mucho que están aquí?
ELISA.
Acabamos de llegar.
HARPAGÓN.
¿Y escucharon…?
CLEANTO.
¿Qué, padre?
HARPAGÓN.
De seguro, ustedes oyeron algunas
palabras. Monologaba sobre el trabajo que cuesta hoy en día encontrar dinero, y
decía que puede considerarse hombre feliz quien tenga treinta mil libras de oro
en su casa.
CLEANTO.
No nos metemos en sus asuntos.
HARPAGÓN.
¡Ojalá las tuviera! ¡Treinta mil
libras!!
CLEANTO.
Yo no creo...
HARPAGÓN.
Dejaría de quejarme como ahora, de
estos malísimos tiempos.
CLEANTO.
¡Dios mío! ¡Padre, no tiene
motivos para quejarse. Se sabe que usted tiene con que…
HARPAGÓN.
¡Cómo! ¿Que tengo con qué? ¡Miente
quien lo dice! No hay nada más falso, y son unos pillos los que hacen correr
esos rumores.
ELISA.
No se ponga así.
HARPAGÓN.
Sólo faltaba que mis propios hijos
me traicionen y se conviertan en mis enemigos.
CLEANTO.
¿Es ser se enemigo el decir
que “tiene con qué”?
HARPAGÓN.
Sí. Rumores como ese, y lo que tú
gastas, serán la causa de que uno de estos días venga alguien a degollarme,
creyendo que nado en oro.
CLEANTO.
¿Qué es lo que yo gasto?
HARPAGÓN.
¿Qué? ¿Hay algo más escandaloso
que el vestuario que usas para pasearte por la ciudad? Ayer reté a tu hermana.
¡Pero tú eres peor! Te das aires de marqués; y para andar vestido así, no cabe
duda que me robas.
CLEANTO.
¿Qué dice? ¿Qué yo le robo?
HARPAGÓN.
¡No lo sé! ¿Pero, de dónde sacas
para pagar la ropa que usas?
CLEANTO.
¿Yo, padre? Juego, y, como tengo
suerte, gasto en mí, todo el dinero que gano.
HARPAGÓN.
¡Muy mal hecho! Si tienes suerte
en el juego, deberías aprovechar y poner a honestos intereses el dinero ganado,
para recuperarlo mañana con creces. Me gustaría saber, sin ir más lejos, para
qué sirven todas esas prendas con que vas cubierto de pies a cabeza. ¿Hace
falta gastar dinero en sombreros, cuando puede lucir uno el propio cabello, sin
gastar nada?
CLEANTO.
Tienes razón.
HARPAGÓN.
Dejemos eso y hablemos de otra
cosa. (Sorprendiendo a Cleanto y a Elisa, que se hacen señas.)
¡Eh! (Bajo, aparte.) Me parece que se hacen señas
para robarme mi bolsa. (Alto.) ¿Qué quieren
decir esos gestos?
ELISA. Discutíamos,
mi hermano y yo, en quién hablaría primero; los dos tenemos algo que decirle.
HARPAGÓN.
Yo también tengo algo que decirle a
los dos.
CLEANTO.
Deseamos hablarle de
matrimonio, padre.
HARPAGÓN.
Y yo también quiero hablarles de
matrimonio.
ELISA.
¡Ah, padre!
HARPAGÓN.
¿Por qué ese grito? ¿Es la palabra
o el hecho que te atemoriza, hija mía?
CLEANTO.
El matrimonio puede
atemorizarnos a los dos, según usted lo entienda; y tememos que nuestros
sentimientos no concuerden con su elección.
HARPAGÓN.
No se alarmen. Sé muy bien lo que
cada uno necesita, y no voy a dar ningún motivo de queja con lo que pretendo
hacer. Y para comenzar por este lado, (a Cleanto), ¿Conoces una
joven llamada Mariana, que vive, no lejos de aquí?
CLEANTO.
Sí, padre.
HARPAGÓN.
¿Y tú?
ELISA.
He oído hablar de
ella.
HARPAGÓN.
¿Qué te parece esa joven, hijo?
CLEANTO.
Muy encantadora.
HARPAGÓN.
¿No crees que una joven así
merecería que se pensáramos en ella?
CLEANTO.
Sí, padre.
HARPAGÓN.
¿Y que sería un partido deseable?
CLEANTO.
Muy deseable.
HARPAGÓN.
¿Que tiene aspecto de ser una
buena esposa?
CLEANTO.
Sin duda.
HARPAGÓN.
¿Y que se hallaría satisfecho con
ella un marido?
CLEANTO.
Seguramente.
HARPAGÓN.
Hay una pequeña dificultad, temo
que ella no tiene la fortuna que pretendemos.
CLEANTO.
¡Padre! ¡No debe considerarse la
fortuna cuando se trata de casarse con una persona honrada!
HARPAGÓN.
¡Perdona, perdona! Lo que querría
decir es que si no se encuentra con ella todo la fortuna que se desea, puede
uno intentar resarcirse en otra cosa.
CLEANTO.
Comprendo.
HARPAGÓN.
Me alegra ver que compartes mi
opinión, pues su honestidad y su dulzura han conquistado mi alma, y estoy
resuelto a casarme con ella, descontando que algún capital tendrá.
CLEANTO.
¿Está resuelto, dice, a...?
HARPAGÓN.
A casarme con Mariana.
CLEANTO.
¿Quién? ¿Usted, usted?
HARPAGÓN.
¡Sí, yo, yo, yo! ¿Qué quieres
decir con eso?
CLEANTO.
Me siento mal. Me retiro.
HARPAGÓN.
No será nada; ve a la cocina y
toma un vaso de agua. Eso es, hija mía,
lo que he resulto para mí. Respecto a tu hermano, le destino cierta viuda de la
que han venido a hablarme esta mañana, y a ti, te casaré con el señor Anselmo.
ELISA.
¿Con el señor Anselmo?
HARPAGÓN.
Sí; un hombre maduro, prudente y
centrado, que no tiene más de cincuenta años y cuya fortuna es muy ponderada.
ELISA.
No quiero casarme,
padre, por favor.
HARPAGÓN.
(Imitándola)
Y yo, hijita mía querida, quiero que te cases, por favor.
ELISA.
Te pido perdón, padre.
HARPAGÓN.
Te pido perdón, hija.
ELISA.
Aprecio al señor
Anselmo; pero no me casaré con él.
HARPAGÓN.
Te casarás con él esta misma
noche.
ELISA.
¿Esta noche?
HARPAGÓN.
Esta noche.
ELISA.
Eso, no ocurrirá,
padre.
HARPAGÓN.
Sí ocurrirá, hija.
ELISA.
No.
HARPAGÓN.
Sí.
ELISA.
Digo que no.
HARPAGÓN.
Digo que sí.
ELISA.
No me obligarás.
HARPAGÓN Te obligaré.
ELISA.
Me mataré antes que
casarme con ese hombre.
HARPAGÓN.
No te matarás y será tu marido.
¡Qué atrevimiento! ¿Se ha visto jamás a una hija hablar así a su padre?
ELISA.
¿Y se ha visto jamás a
un padre casar así a su hija?
HARPAGÓN.
Es un partido del que no hay nada
que decir, y apuesto a que todo el mundo aprobará mi elección.
ELISA.
Y yo apuesto a que no
puede aprobarlo ninguna persona razonable.
HARPAGÓN.
(Viendo a Valerio,
desde lejos.) Aquí está Valerio. ¿Quieres que lo hagamos juez de
este asunto?
ELISA.
Bueno.
HARPAGÓN.
¿Aceptarás su veredicto?
ELISA.
Sí; haré lo que él
diga.
HARPAGÓN.
¡Hecho!
ESCENA 5
Valerio, Harpagón yElisa
HARPAGÓN.
Ven aquí, Valerio. Te hemos
elegido para que nos digas quién tiene razón, mi hija o yo.
VALERIO.
Vos, señor, sin discusión.
HARPAGÓN.
¿Sabes de lo que hablamos?
VALERIO.
No. Usted no podría equivocarse,
y tiene toda la razón.
HARPAGÓN.
Quiero darle por esposo, esta
noche, un hombre, tan rico como sensato, y la muy sinvergüenza me dice que no
lo acepta. ¿Qué te parece?
VALERIO.
¿Qué me parece?
HARPAGÓN.
Sí.
VALERIO.
Digo que, en el fondo, pienso
como usted y es imposible que no tenga razón. Pero tampoco ella está equivocada
del todo y…
HARPAGÓN.
¿Cómo? El señor Anselmo es un
partido notable; es un caballero tierno, sentado, y muy rico, sin herederos. ¿Podría
encontrar ella algo mejor?
VALERIO.
Eso es cierto. Pero ella
podría decir que es precipitar un poco las cosas y que sería necesario cierto
tiempo, al menos, para ver si su inclinación puede llegar a coincidir con…
HARPAGÓN.
¡Es una ocasión que hay que tomarla
por los pelos! Aquí hay ventajas imposibles de superar. Y él se compromete a
tomarla sin dote….
VALERIO. ¿Sin
dote?
HARPAGÓN.
Sí.
VALERIO.
¡Ah! Entonces ni una palabra
más. ¿Veis? Ésa es una razón absolutamente convincente .
HARPAGÓN.
Es para mí, un ahorro considerable.
VALERIO.
Eso es innegable. Es cierto
que su hija puede objetar que el matrimonio puede hacernos felices o
desgraciados para toda la vida.
HARPAGÓN.
¡Sin dote!
VALERIO.
Tiene razón. Eso lo decide
todo. Hay gente que podría decirle que, la gran diferencia de edad, de humor,
de sentimientos pone al matrimonio a merced de accidentes desgraciados.
HARPAGÓN.
¡Sin dote!
VALERIO.
¡Ah! Contra eso no hay
réplica posible, se sabe. ¿Quién diablos
puede decir lo contrario? No importa que existan muchos padres que prefieran
atender a la satisfacción de sus hijos más que al dinero que por ellos podrían
darles.
HARPAGÓN.
¡Sin dote!
VALERIO.
Es cierto; eso le cierra la
boca a cualquiera. ¡Sin dote! ¿Quién puede resistir a una razón como esa?
HARPAGÓN.
(Mirando hacia el
jardín y aparte.) Shhh…. ¿Qué es eso? ¿El ladrido de un perro? ¿Será
por mi dinero? (A Valerio.)
Espera aquí; vuelvo enseguida. (Sale)
ELISA. ¿Te
burlas de mi, Valerio, hablándole de esa manera?
VALERIO.
Era para no enfrentarlo y
ganar tiempo. Oponerse a sus ideas es la mejor manera de estropear todo. Si simulas consentir a sus deseos,
conseguiremos lo que deseamos.
ELISA.
Pero ¿y ese
casamiento, Valerio?
VALERIO.
Inventaremos algo para
impedirlo.
ELISA.
Pero, ¿Qué podemos
inventar hasta la noche?
VALERIO.
Hay que conseguir una
postergación y fingir alguna enfermedad.
HARPAGÓN.
(Aparte, al fondo
de la escena.) No era nada, a Dios gracias.
VALERIO.
(Sin ver a
Harpagón.) Nuestro último recurso será la fuga, y si tu amor, Elisa,
te mantiene firme... (Viendo a Harpagón.)
Sí; una hija tiene que obedecer a su padre. No debe mirar cómo está hecho un
marido; y cuando la gran razón de “sin dote” ha sido planteada, debe estar
dispuesta a aceptar lo que le dan.
HARPAGÓN.
¡Bueno! ¡Eso es hablar bien!
VALERIO.
Señor, le pido perdón si me
acaloro un poco y tengo el atrevimiento de hablarle así.
HARPAGÓN.
¡Cómo! ¡Si eso me encanta y quiero
que tomes sobre ella un poder absoluto. (A Elisa.) Sí; aunque
intentes huir, le concedo la autoridad que el Cielo me da sobre ti y quiero que
hagas todo lo que él te diga.
VALERIO.
(A Elisa.)
Después de esto, trate de obedecer mis indicaciones. Señor, voy a acompañarla para continuar las
lecciones iniciadas. (A Elisa, saliendo detrás de
ella) Si, el dinero es lo más precioso del mundo. Cuando alguien
ofrece tomar a una mujer sin dote, no se puede pensar en nada más. Todo está muy claro, lo que se valora es su
belleza, juventud, honor, discreción y probidad.
HARPAGÓN.
(Solo) ¡Excelente
muchacho! Habla como un oráculo. Feliz
quien puede tener un empleado como éste.
ACTO SEGUNDO
ESCENA 1
Cleanto y Flecha
CLEANTO.
¡Ah, traidor ¿Dónde te has
metido? ¿No te había dado la orden...?
FLECHA.
Sí, señor, y me había
plantado aquí para esperarlo, pero su señor padre me ha echado a la calle, a
pesar mío y hasta estuve a punto de ser apaleado.
CLEANTO.
Las cosas se precipitan, y
desde la última vez que te vi, he descubierto que mi padre es mi rival.
FLECHA.
¿Meterse en amores él? ¿Cómo
se le ocurre? ¿Se burla del mundo?
CLEANTO.
Para castigo mío, se le ha
metido en la cabeza esta pasión. Vamos a otra cosa: ¿cómo va nuestro asunto?
FLECHA.
El DON SIMÓN, el gestor que
nos recomendaron, hombre activo y muy
profesional dice haber sufrido mucho por usted, pues afirma que su sola
presencia le tocó el corazón.
CLEANTO.
¿Entonces, tendré las quince
mil libras que te pedí?
FLECHA.
Sí; pero con algunas
pequeñas condiciones, que usted tendrá que aceptar si quiere que el negocio se
concrete.
CLEANTO.
¿Pero, te hizo hablar con
quien va a prestar el dinero?
FLECHA.
¡Ay, señor, eso no fue
posible! Tiene más cuidado de ocultarse que usted y se rodea de más misterio
del que pueda imaginarse. Se niega rotundamente
a dar su nombre, y hoy se encontrará el con usted en una casa prestada para
enterarse por sí mismo sobre su fortuna y la de su familia.
CLEANTO.
Y, sobre todo que, muerta mi
madre, una parte de sus bienes me pertenece.
FLECHA.
Leo algunas cláusulas que
él mismo dictó a nuestro intermediario, que debe usted conocer, antes de seguir
adelante: “El Prestador para descargar su conciencia de todo escrúpulo,
pretende dar su dinero sólo a un interés del cinco por ciento”.
CLEANTO.
¡Cinco por ciento! ¡Caramba,
eso es honrado! No me puedo quejar.
FLECHA Hasta ahí, cierto. “Pero, como
dicho Prestador no tiene consigo la suma de que se trata, y para complacer al
Prestatario, se ve obligado a su vez a tomar un préstamo al veinte por ciento.
Queda convenido que el primer Prestatario pague ese interés, teniendo en cuenta
que toma ese préstamo sólo para ayudarlo”.
CLEANTO.
¡Pero demonios! ¿Eso es el
veinticinco por ciento.
FLECHA.
Hasta ahí, también cierto.
Tendrá usted que pensarlo mucho.
CLEANTO.
¿Qué quieres que piense?
Necesito dinero, y tengo que acceder a todo.
FLECHA.
Fue lo que le dije.
CLEANTO.
¿Hay algo más?
FLECHA.
Sólo una clausulita: “De
las quince mil solicitadas, el Prestatario contará en efectivo, con doce mil
libras; y por el resto, deberá dicho Prestatario tomar las prendas, muebles y
alhajas que el Prestador tasa, de buena fe, al más módico precio que le ha sido
posible”.
CLEANTO. ¿Qué
quiere decir eso?
FLECHA.
Escuchad el inventario:
«Primeramente, un lecho de cuatro patas con cenefas de punto de Hungría,
sobrepuestas con gran primor sobre una sábana color aceituna, con seis sillas y
el cobertor de lo mismo; todo ello bien dispuesto y forrado de tafetán
tornasolado rojo y azul. Más un dosel de cola, de buena sarga de Aumale, rosa
seco, con el fleco y los galones de seda.»
CLEANTO.
¿Qué quiere decir eso?
FLECHA.
Sigue el inventario:
“Primeramente, una cama de dos plazas, con seis sillas haciendo juego. Más un
acolchado para la cama, color rosa viejo con franjas y flecos de seda”.
CLEANTO.
¿Qué quiere que haga yo con
eso?
FLECHA.
Espere: “Más una gran mesa
de madera de nogal que se alarga por los extremos”.
CLEANTO.
¿Con quién trato, por Dios?
FLECHA Un poco de paciencia. “Más un
horno hecho en ladrillos”…
CLEANTO ¡Estallo de rabia!
FLECHA.
Calma. «Más un laúd de
Bolonia. Más una piel de lagarto, rellena de paja. Todo lo arriba mencionado, evaluado
legalmente en más de cuatro mil quinientas libras, se entrega rebajado al valor
de tres mil libras, por gentileza del Prestador”.
CLEANTO.
¡Que la peste lo ahogue con su
gentileza, traidor y verdugo! No contento con el enorme interés que me exige
¿quiere obligarme a aceptar por tres mil libras toda la basura que recoge? De
todo eso no sacaría yo ni seiscientas libras; y sin embargo tengo que aceptar
lo que él disponga; está en situación de obligarme a todo porque me tiene, el
muy canalla, con el cuchillo en la garganta.
Ya ves a qué somos reducidos los jóvenes por la maldita avaricia de los
padres, y luego se espantan de que los hijos deseen su muerte.
FLECHA.
Hay que admitir que su
padre irritaría, con su mezquindad, al más tranquilo de los hombres. Yo no quisiera ir a la cárcel, pero si le
digo la verdad, me siento tentado, en este caso, de robar; y creo que robarle
sería una acción meritoria.
CLEANTO.
Dame un momento ese
inventario, quiero verlo otra vez.
ESCENA 2
Harpagón, Don
Simón, Cleanto y Flecha al Fondo de la Escena
DON
SIMÓN. Sí, señor; se trata de un
joven que necesita dinero; sus negocios no marchan, y aceptará todo lo que
usted prescriba.
HARPAGÓN.
Pero Don Simón, ¿usted cree que no
hay ningún riesgo? ¿Conoce el nombre, la fortuna y la familia de su
recomendado?
DON
SIMÓN. Todo lo que puedo decirle
es que su familia es muy rica, que él no tiene madre y que se compromete, si usted
quiere, a que su padre muera antes de ocho meses.
FLECHA.
(Bajo, a Cleanto,
al reconocer a Don Simón.) ¿Y
esto qué es? ¡Don Simón hablando con su padre!
CLEANTO.
(Bajo, a Flecha.)
¿Le habrán dicho quién soy? ¿O me traicionaste tú?
DON
SIMÓN. ¡Ah! ¡Por lo visto están
muy apurados! ¿Quién les dijo que era aquí? (A Harpagón.) Desde
ya no he sido yo, señor, quien les dio su nombre y dirección.
HARPAGÓN.
¡Cómo!
DON
SIMÓN. (Presentando a
Cleanto.) El señor es la persona de quien le hablé., que necesita las
quince mil libras.
HARPAGÓN.
¿Cómo? ¡Condenado! ¿Eres tú quien se
entrega a estos ocultos extremos?
CLEANTO.
¡Cómo, padre! ¿Es usted quien realiza
estas acciones vergonzosas?
(Don Simón huye y Flecha se esconde.)
HARPAGÓN.
¿No te avergüenza, di, llegar a
estos excesos, y lanzarte a gastos tan espantosos?
CLEANTO.
¿No se le cae la cara de
vergüenza por deshonrar su condición con
este comercio y por superar en materia de intereses, las más infames sutilezas
que hayan inventado jamás los más célebres usureros?
HARPAGÓN.
¡Apártate de mi vista, canalla; apártate de mi vista! (Cleanto sale. Harpagón solo) Más que enojarme este
incidente me sirve de advertencia para vigilar más que nunca todos sus actos.
ESCENA 3
Frosina y Harpagón
FROSINA.
Señor...
HARPAGÓN.
Un momento. Volveré y hablamos. (Aparte). Conviene echar un vistazo a mi dinero.
ESCENA 4
Flecha y Frosina
FLECHA.
(Sin ver a
Frosina.) ¡Que aventura más insólita! Debe tener un gran negocio de
mueblería en algún lado, pues no hemos reconocido nada de lo que está en el
inventario.
FROSINA.
¡Ah, mi pobre Flecha! ¿A qué
se debe este encuentro?
FLECHA.
¡Ep! ¿Eres tú, Frosina?
¿Qué hacesaquí?
FROSINA.
Lo que hago en todos lados: ponerme
al servicio de la gente para aprovechar lo mejor posible los modestos talentos
que yo pueda tener. A las personas como yo el Cielo no ha dado más rentas que
la intriga y el ingenio.
FLECHA.
¿Tienes algún negocio con
el dueño de casa?
FROSINA.
Sí. Un pequeño asunto del que
espero alguna recompensa.
FLECHA.
¿De quién? ¡Por favor! Serías
un genio si lograras ssacarle algo y te advierto que en esta casa el dinero es
carísimo.
FROSINA.
Ciertos servicios se pagan
maravillosamente.
FLECHA.
Te pido humildemente
perdón, pero tú no conoces aún al señor Harpagón. Dar es una palabra por la que siente tal
aversión, que no dice jamás le doy, sino le presto los buenos días.
FROSINA.
¡Por Dios! Yo conozco el arte
de despojar a los hombres. Poseo el secreto para abrir su ternura.
FLECHA.
Te desafío a enternecer
hablando en plata, al hombre en cuestión.
Ama el dinero más que la reputación, que el honor y la virtud y la sola
vista de un pedigüeño, le produce convulsiones. Y si… Bueno… yo me retiro. (Ve a Harpagón con el tesoro y sale)
ESCENA 5
Harpagón y Frosina
HARPAGÓN.
(Aparte)
Todo en orden. (Alto.) ¿Qué hay, Frosina?
FROSINA.
¡Por Dios, señor! ¡Qué bien se
lo ve, y qué cara más saludable tiene!
HARPAGÓN.
¿Quién, yo?
FROSINA.
Nunca en su vida se vio más
joven: y conozco gente de veinticinco años más vieja que usted.
HARPAGÓN.
Sin embargo, Frosina, tengo
sesenta… largos.
FROSINA.
¿Se burla de mí? Usted es de
los que viven cien años.
HARPAGÓN.
¿Tú crees?
FROSINA.
Absolutamente. Tiene todos
los indicios. Déjeme mirarlo. ¡Ahí está! Entre sus dos ojos, la señal de larga
vida.
HARPAGÓN.
¿Tú entiendes eso?
FROSINA.
Sin duda. Muéstreme su mano.
¡Ah, Dios mío, qué línea de vida!
HARPAGÓN.
¿Cómo?
FROSINA.
¿No ve hasta dónde llega esta
línea?
HARPAGÓN.
¿Y qué quiere decir eso?
FROSINA.
Por favor, he dicho cien
años; pero ¡usted pasará los ciento veinte!
HARPAGÓN.
¡Tanto mejor...! ¿Cómo marcha
nuestro negocio?
FROSINA.
¿Hay que preguntarlo? ¿Me ha
visto meterme en algo donde no tuviera éxito? Sin duda, en este caso, no había
tampoco grandes dificultades. Como estoy
en buena relación con ellas les hablé mucho de usted a una y a la otra, y le
conté a la madre de la intención por usted concebida con respecto a Mariana.
HARPAGÓN.
¿Y qué respondió?
FROSINA.
Recibió la propuesta con
alegría: y cuando le manifesté que usted ansiaba que la hija asistiera esta
noche al compromiso matrimonial que debe formalizar la suya, consintió sin más
y me la confió con ese fin.
HARPAGÓN.
Es que me veo obligado, Frosina, a
dar de cenar al señor Anselmo, y me alegraría mucho que ella participara.
FROSINA.
Visitará ella a su hija, y piensa
luego darse una vuelta por la feria para llegar después de la cena.
HARPAGÓN.
¡Magnífico! Irán juntas en mi coche,
que les prestaré.
FROSINA.
Todo perfecto.
HARPAGÓN.
Pero, Frosina, ¿hablaste con la
madre sobre los bienes que puede darle a su hija? Pues nadie se casa con una
muchacha si no aporta algo.
FROSINA.
¿Cómo dice? Si esa niña le
aportará doce mil libras de renta.
HARPAGÓN.
¡Doce mil libras de renta!
FROSINA.
Sí. Primeramente, es una
muchacha acostumbrada a vivir pobremente.
No le hacen falta ni mesa bien servida, ni cremas de belleza, y eso no
es menos de, por lo bajo, una suma de tres mil libras.
Por otra parte,
no le gusta la ropa, ni las joyas, ni los muebles, y esto vale más de cuatro
mil libras por año.
Además, odia el
juego, cosa no habitual en las mujeres de hoy; yo tengo una vecina que este año
lleva perdidas veinte mil libras a las cartas.
Pero calculemos sólo la cuarta parte: cinco mil libras del juego por
año, y cuatro mil libras en ropa y alhajas, hacen nueve mil; y tres mil libras
que ahorramos en la comida, ahí tiene usted doce mil libras bien contadas por
año.
HARPAGÓN.
Es una burla intentar constituir
su dote con los gastos que no va a hacer.
No firmaré recibo, de lo que no reciba, y algo tiene que darme.
FROSINA.
¡Dios mío! Le darán mucho. Me
hablaron de no sé qué país donde tienen bienes que, finalmente… serán para
usted.
HARPAGÓN.
Habrá que verlos. Pero, Frosina, hay
algo que me inquieta. La muchacha es joven, como es evidente. Tengo miedo que
un hombre de mi edad no le guste.
FROSINA.
¡Ah, qué mal la conoces! Tiene
una particularidad de la que todavía no le conté: siente una espantosa aversión
a la gente joven y sólo se enamora de los viejos.
HARPAGÓN.
¿Ella?
FROSINA.
Sí, ella. Y dice que nada la
excita tanto como ver a un anciano de barbas majestuosas. Los más viejos son, para ella, los más
seductores. Ella los quiere, por lo menos, sexagenarios, y si fuera posible,
con anteojos.
HARPAGÓN.
¡Es admirable! Jamás lo hubiera
imaginado. En efecto: si yo hubiera sido mujer, no me hubieran gustado los
jóvenes para nada.
FROSINA.
Usted sí que es un hombre de
verdad. Es así como se debe estar hecho y vestido para despertar amor.
HARPAGÓN. ¿Me
encuentras atractivo?
FROSINA.
¡Cómo! Lo encuentro
excitante. Su cara es para pintarla.
Vuélvase un poco, por favor.
Mejor, imposible. Quiero verlo
caminar. Un cuerpo tallado, libre y
desenvuelto como corresponde, y que nunca se siente enfermo.
HARPAGÓN.
Por fortuna, rara vez, a Dios
gracias. Sólo mi catarro que me vuelve de cuando en cuando.
FROSINA.
¡Eso no es nada! Su catarro
le sienta bien, y tose con mucha gracia.
HARPAGÓN.
Y, dime: ¿Mariana no me ha visto
aún? ¿No se ha fijado en mí al pasar?
FROSINA.
No; pero hemos hablado mucho
de usted. Le hice un retrato de vuestra persona, y no he dejado dejé de
alabarle sus méritos y lo beneficioso que para ella sería tener un marido como
vos.
HARPAGÓN.
Has hecho bien, y te lo agradezco.
FROSINA.
Tendría, señor, un pequeño
pedido que hacerle. (Harpagón adopta un aire serio.),
Estoy a punto de perder un pleito, porque me falta un poco de dinero y usted
podría ayudarme a ganar el pleito si tuviese una atención conmigo.
HARPAGON ¡Me voy!
FROSINA No se imagina el placer de ella
al conocerlo. (Harpagón recobra su aire alegre.) ¡Ay,
cómo va a gustarle! Y su atuendo tan anticuado va a hacer sobre su espíritu un
efecto admirable. Es para ponerla loca
por usted.
HARPAGÓN.
¡Como me encanta que digas eso!
FROSINA.
Le rego, señor, deme el
pequeño socorro que le pido. (Harpagón recobra su aire serio.)
HARPAGÒN Adiós.
Tengo que terminar unas cartas.
FROSINA Le aseguro, señor, que no podría
usted aliviarme en mayor necesidad.
HARPAGÓN Me voy. Me llaman. Hasta pronto. (Sale)
FROSINA (Sola)¡Que
la fiebre te parta, perro sarnoso del diablo! El roñoso se cerró a todos mis
ataques. Pero no debo dejar este negocio, de algún lado, debo conseguir una
recompensa.
FROSINA.
(Sola.) ¡Que te den unas
fiebres, maldito perro de todos los diablos! El muy avaro se ha cerrado a todos
mis ataques; mas no hay que abandonar, sin embargo, la negociación; me queda la
otra parte, en último caso, de donde estoy segura que sacaré una buena
recompensa.
ACTO TERCERO
ESCENA
1
Harpagón, Cleanto, Elisa, Valerio, Doña Claudia, Don
Santiago, Claudette, Marotte y Merluza.
HARPAGON
Vamos, vengan todos aquí, que voy
a dar mis órdenes. Acércate, Caludette, y empecemos por vos.
CLAUDETTE ¿Qué se le ofrece, patrón?
HARPAGÓN Bien, te veo ya con las armas en la
mano. Te recomiendo el trabajo de
limpiar por todas partes, y sobre todo, ten cuidado de no frotar los muebles
con demasiada fuerza.
CLAUDETTE ¡Nunca limpio los muebles!
HARPAGÓN ¡Está bien! Tengo miedo que los
desgastes. Además, te encargo que
administres las botellas durante la cena; y si se extravía alguna o se rompe
algo, te haré responsable de ello y lo descontaré de tu salario.
CLAUDETTE (Bajo) ¡Mal rayo te
parta, viejo miserable!
DON
SANTIAGO ¡Castigo merecido!
HARPAGÓN Tú, Marotte, y tú, Merluza, asumen la
obligación de enjuagar los vasos y dar de beber; pero sólo cuando se tenga sed
y no según la impertinente costumbre de algunos sirvientes que provocan a la
gente y están como advirtiéndoles que beban, cuando ni soñaban con
hacerlo. Esperen que se lo pidan más de
una vez y recuerden traer siempre mucha agua.
DON
SANTIAGO (Aparte)
Sí, el vino puro se sube a la cabeza.
MERLUZA ¿Nos quitaremos los guardapolvos,
señor?
HARPAGON Sí, cuando vean llegar a los
invitados; y cuídense de no estropear su ropa.
MAROTTE Usted ya sabe, señor, que mi
pechera tiene una enorme manca ha aceite de la comida.
MERLUZA Y yo, señor, tengo mis faldas
llenas de agujeros y con perdón de la palabra, se me ve el trasero.
HARPAGÓN ¡Tranquila! Permanece con tu
retaguardia, pegada a la pared, de modo de presentar a las visitas sólo tu
frente. (Harpagón pone su sombrero sobre su propio pecho para
mostrar a Marotte como debe tapar la mancha de aceite) y tú, ponte
siempre el delantal aquí mientras sirves.
Tú, hija mía, vigilarás todo lo que se sirva; y atención a que no se
haga ningún derroche. Pero además, prepárate
para recibir bien a mi prometida, que vendrá de visita y te llevará a la feria.
¿Has oído?
ELISA Sí, padre.
HARPAGÓN Y tú, mi hijo, el galán, a quien tuve
la bondad de perdonar tu última historia; que no se te vaya a ocurrir ponerle
mala cara.
CLEANTO ¡Pero, padre! ¿Mala cara, por qué?
HARPAGÓN ¡Por Dios! Sabemos qué les pasa a los
hijos cuyos padres vuelven a casarse y con qué ojos suelen mirar a la que
llaman “madrastra”.
CLEANTO Si voy a ser sincero, padre, no
puedo asegurarle me guste que ella sea mi madrastra. Mentiría afirmando eso. Pero en cuanto a
recibirla bien, y con buena cara, le prometo obedecerle puntualmente sobre ese
capítulo.
HARPAGON Harás muy bien. Valerio, me ayudarás
con esto. Ah, Don Santiago, venga. Lo dejé para el final.
DON
SANTIAGO ¿Es con su cochero que quiere
hablar o con su cocinero? Porque soy las dos cosas.
HARPAGON A los dos.
DON
SANTIAGO ¿Pero primero a cuál?
HARPAGON Al cocinero.
DON
SANTIAGO Entonces, un momento, por
favor. (Se quita la chaqueta de cochero y queda vestido de
cocinero).
HARPAGON
¿Qué diablos de ceremonia estás
haciendo?
DON
SANTIAGO Ya puede hablarme.
HARPAGON Me he comprometido, Don Santiago, a
dar una cena esta noche.
DON
SANTIAGO (Aparte)
¡Qué milagro es ese!
HARPAGÓN Ahora dime, ¿puedo contar con una
gran comida?
DON
SANTIAGO Naturalmente, si me da
suficiente dinero.
HARPAGON ¡Por todos los diablos! ¡Siempre la
plata! No tienen otra palabra en la boca. “Plata”, siempre hablando de plata.
VALERIO ¿Qué hazaña sería hacer una
buena comida con dinero? Un hombre talentoso debe ser capaz de preparar una
gran comida con poco dinero.
HARPAGON
¿Cuánto necesitaremos?
DON
SANTIAGO Pregúntele a su mayordomo, que
le hará una gran cena, por poco dinero.
HARPAGON ¡Quiero que contestes!
DON
SANTIAGO ¿Cuántos serán a la mesa?
HARPAGON Ocho o diez. Pero hay que calcular
ocho: donde comen ocho, comen diez.
VALERIO
Por supuesto.
DON
SANTIAGO Entonces harán falta cuatro
suculentas sopas bien provistas y cinco entradas diferentes.
HARPAGON ¡Qué horror! Con eso come una ciudad
entera.
DON
SANTIAGO Una gran fuente de asado con
ensaladas, una gran lonja de ternera, tres faisanes, tres pollos bien gordos,
doce pichones de jaula…
HARPAGON (Tapándole la boca)
¡Traidor! ¡Te comerás mi fortuna!
DON
SANTIAGO Entremeses…
VALERIO (Harpagón vuelve a
tapar la boca a Don Santiago) ¿A quién quiere hacer reventar? ¿A
todo el mundo? ¿Acaso el señor invita a la gente para asesinarla con comida?
HARPAGON Tiene razón.
VALERIO Aprendan, Don Santiago, usted y
sus colegas, que una mesa repleta de platos es un cuchillo en la garganta, que
para agasajar a los invitados debe reinar la frugalidad en las comidas que se
ofrecen y que, siguiendo el dicho de un sabio de la antigüedad “hay que comer
para vivir y no vivir para comer”.
HARPAGON ¡Qué bien dicho está eso! Ven aquí que
te bese por esas palabras. Es la más
bella sentencia que escuché en mi vida; “hay que vivir para comer y no comer
para vi…” No, no es así. ¿Cómo era?
VALERIO “Que hay que comer para vivir y
no vivir para comer”.
HARPAGÓN
¡Eso! (A Don Santiago)
¿Has oído? (A Valerio) ¿Quién es el gran hombre que dijo
eso?
VALERIO En este momento no recuerdo su
nombre.
HARPAGON Pero acuérdate de escribirme esas
palabras. Quiero hacerlas grabar en
letras de oro sobre la chimenea de la sala.
VALERIO Lo haré sin falta. Y por su
cena, no tiene más que dejarme hacer. Yo
dispondré todo como corresponda.
HARPAGON (A Valerio) Hay que
preparar esas cosas que ya casi no se usan y que llenan de entrada: quiso de
porotos, paté con mucho pan, acompañado con papas. Muchas cosas de esas.
VALERIO Confíe en mí, señor.
HARPAGON Ahora, Don Santiago, hay que limpiar
mi coche.
DON
SANTIAGO Espere. Eso es para el cochero (Se coloca la
chaqueta) ¿Decía?
HARPAGON Que hay que limpiar mi coche, y tener
listos los caballos para conducir a la feria a…
DON
SANTIAGO ¿Sus caballos, señor? ¡Por
favor! No están en absoluto en condiciones de caminar. Usted les hace observar tan austeros ayunos
que no son más que ideas o fantasmas o apariencias de caballos.
HARPAGON Están enfermos de no hacer nada.
DON
SANTIAGO ¿Y cuando no se hace nada no se
come nada? Más les valdría a los pobres animales trabajar mucho y comer en
proporción. Tengo tanto amor por mis
caballos que sufro yo mismo cuando los veo padecer. Todos los días me saco la comida de la boca
por ellos.
HARPAGON No tendrán tanto trabajo por ir a la
feria.
DON
SANTIAGO No, señor; no tengo el coraje
de llevarlos y me remordería la conciencia usar el látigo en el estado en que
están. ¿Cómo cree usted que puedan
arrastrar un coche, si no pueden arrastrarse a sí mismos?
VALERIO Señor, contrataré al vecino
Picard para que se encargue de hacerlo.
El maestro hará falta aquí para preparar la cena.
DON
SANTIAGO De acuerdo. Prefiero que los
mate otro y no yo.
VALERIO ¿Por qué sigue alegando, Don
Santiago?
SR.SANTIAGO Y usted, ¿por qué se hace el
indispensable?
HARPAGÓN ¡Silencio!
SR.SANTIAGO Señor, no soporto a los aduladores; y eso
es lo que él hace con sus constantes controles sobre el pan y el vino, la leña,
la sal y las velas; son sólo para halagarlo a usted y hacerle la corte. Me
enfurece y me subleva escuchar a diario lo que se dice de usted, porque al fin
de cuentas y mal que me pese, siento afecto por usted que, después de mis
caballos, es la persona que más quiero.
HARPAGÓN ¿Podría saber por usted, Don Santiago,
lo que se dice de mí?
DON
SANTIAGO Si, señor, si estuviera seguro
de que no iba a enojarse.
HARPAGON De ningún modo; al contrario, me
gustaría y creo me vendría bien saber cómo se habla de mí.
DON
SANTIAGO Ya que así lo quiere, señor, le
diré que todo el mundo se burla de usted. Uno dice que usted siempre se enoja
con sus criados para la época de los aguinaldos o cuando dejan su servicio,
para no darles nada. Otro cuenta que una vez, inició querella criminal contra
el gato de un vecino por haberle comido el resto de un guiso de cordero. Aquel, que lo sorprendieron una noche robando
la avena de sus propios caballos y que su cochero, mi predecesor, le dio en la
oscuridad, no sé cuántos palazos que usted recibió sin chistar. Jamás se habla de usted sino bajo los
epítetos de avaro, ladrón, malvado y usurero.
HARPAGON (Lo golpea con un bastón)
Eres un idiota, un asaltante, un pillo y un sinvergüenza. (Sale)
DON
SANTIAGO ¡Ahí tiene! No me quiso creer,
y bien que le dije que se enojaría si le decía la verdad. (Sale)
ESCENA 2
Don Santiago y Valerio
VALERIO (Riendo)
Por lo que veo, Don Santiago, pagan mal su franqueza.
DON
SANTIAGO Ría de los palos cuando usted
los reciba y no venga a festejar los mìos.
VALERIO No se enoje, Don Santiago, se lo
ruego.
DON
SANTIAGO (Aparte)
Se pone manso. Me voy a hacer el malo y
si es tan tonto como para asustarse, le doy unas cuantas (alto)
¿Sabe usted, señor risueño, que yo no me río nada? ¿Y que si usted me busca, lo
voy a hacer reír de otra manera? (Va empujando a Valerio hasta el
fondo amenazándolo).
VALERIO ¡Eh, despacio!
DON
SANTIAGO ¿Cómo, despacio? No me da la
gana.
VALERIO Por favor…
SR.SANTIAGO
Usted es un impertinente.
VALERIO Señor, Don Santiago…
DON
SANTIAGO Nada de Don Santiago. Si tuviera un palo vería usted como soy de
importante.
VALERIO ¿Cómo, un palo? (Ahora es Valerio quien le hace retroceder otro tanto).
SR.SANTIAGO Es una manera de decir.
VALERIO Sepa bien, señor imbécil, que
soy yo quien puede apalearlo.
DON
SANTIAGO No lo dudo.
VALERIO
Que hasta para hacer sopa
es un mal aprendiz de cocinero.
DON
SANTIAGO Eso lo sé muy bien.
VALERIO
Y todavía no me conoce.
DON
SANTIAGO Mil perdones.
VALERIO ¿Dijo que me iba a apalear?
DON
SANTIAGO Era una broma.
VALERIO
Y a mí me parecen de mal
gusto sus bromas (lo golpea). Sepa que como bromista es
pésimo. (Sale)
DON
SANTIAGO (Solo)
¡Maldita sinceridad! Es una mala costumbre.
En adelante, renuncio a ella y jamás diré la verdad. Pero en cuanto al señor mayordomo, si puedo
me vengaré.
ESCENA 3
Frosina, Mariana, Don Santiago.
FROSINA ¿Sabe, Don Santiago, si su patrón
está en casa?
DON SANTIAGO Por
supuesto que está. Dígamelo a mí.
FROSINA Dígale,
por favor, que estamos aquí.
DON SANTIAGO Como
éramos pocos…
ESCENA 4
Frosina y Mariana
MARIANA ¡Ay, Frosina! ¡Qué raro lo que
siento! Imagina el ánimo de una persona
lista para el
suplicio que se le destina.
FROSINA Me doy cuenta que para morir
agradablemente no es precisamente Harpagón a quien usted elegiría y me parece
con solo mirarla, que el mocito del que me habló vuelve a su cabecita.
MARIANA Si, es algo; Frosina de lo que
no puedo defenderme: y las visitas respetuosas que nos ha hecho, lo confieso,
hicieron efecto en mi alma.
FROSINA ¿Pero, logró saber quién era?
MARIANA No, no tengo idea quién puede
ser. Sólo sé que está hecho de tal
manera que con sólo verle, se hace amar y que contribuye poco a los tormentos
espantosos, que me produce el esposo que quieren darme.
FROSINA ¡Ay, Dios! Los mocitos son
agradables, pero la mayoría son pobres como ratas, y es mejor para usted un
marido viejo pero con plata. Confieso
que los sentidos no lo pasan bien de ese modo, pero dura poco, y con su muerte,
quedará usted en situación de tomar uno más atractivo.
MARIANA Es un extraño sentimiento, que
para ser feliz, haya que desear la muerte de alguien, sin contar con que la
muerte, no siempre hace caso de nuestros planes.
FROSINA ¿Se burla de mí? Usted se casa
con la condición de que la deje viuda muy pronto, y eso debe constar en el
contrato. ¡Sería un desacierto de su parte, no morirse en tres meses. Ah, aquí lo tenemos.
MARIANA Frosina, ¿qué es eso? (Risas de criados)
ESCENA 5
Harpagón,
Frosina y Mariana
HARPAGON (A Mariana) No os
ofendáis, hermosa, si vengo a vos con anteojos.
Bien sé que vuestros encantos hieren suficientemente los ojos; son tan
evidentes por sí mismos que no hacen falta lentes algunos para percibirlos;
pero con anteojos se miran los astros, y sois el más bello de todos los astros,
del país de los astros. (A los criados)
¡Fuera todos! (A Frosina) Frosina, no responde nada,
ni evidencia, me parece, ninguna alegría de verme…
FROSINA Está todavía demasiado
sorprendida; y además, las muchachas se avergüenzan de mostrar de entrada lo
que tienen en el alma.
HARPAGON Tienes razón. (A Mariana)
Aquí viene, bella muñequita, mi hija que quiere saludarte.
ESCENA 6
Elisa,
Harpagón, Frosina y Mariana
MARIANA Señora, sé que cumplo con
tardanza esta visita.
ELISA Hace usted, señora, lo
que yo debía haber hecho. Me
correspondía a mí adelantarme.
HARPAGON Ya ves que mi hija es alta, pero
recuerda que hierba mala mucho crece.
MARIANA (Bajo a Frosina)
¡Qué hombre desagradable!
HARPAGON (A Frosina) ¿Qué dice
la hermosa?
FROSINA Que lo encuentra admirable.
HARPAGON ¡Es demasiado el honor que me
hacéis, adorable muñeca!
MARIANA ¡Qué animal!
HARPAGON Os quedo muy obligado por estos
sentimientos.
MARIANA (Aparte)
No soporto más.
HARPAGON
Y aquí está mi hijo que viene a
rendiros homenaje.
MARIANA
(Bajo a Frosina)
¡Ah, Frosina, que veo! Es el muchacho de quien te hablé.
FROSINA
La aventura es
prodigiosa.
HARPAGON Veo que os aso7mbráis de que tenga
hijos tan grandes; pero pronto, me desharé de los dos…
ESCENA 7
Cleanto,
Harpagón, Elisa, Mariana, Frosina, Marotte, Merluza y Claudette.
CLEANTO (A Mariana)
Señora, para ser sincero, esto es para mí, una aventura totalmente inesperada.
MARIANA Lo mismo digo, señor. Es un encuentro imprevisto que me ha
sorprendido tanto como a usted.
CLEANTO Es cierto, señora, que mi padre
no puede hacer más bella elección, y que es para mí un honda alegría el honor
de verla, pero a pesar de eso, no puedo asegurarle que me regocije la decisión
por la cual usted puede convertirse en mi madrastra. Es un título, si me permite, que no le deseo
de ningún modo. Pues se trata de un
matrimonio, señora, que puede imaginar cuánta repugnancia me causa, ya que,
sabiendo quien soy, no puede usted ignorar cuánto choca a mis intereses, y, en
fin, ¿qué quiere usted que le diga? Con el permiso de mi padre, que si
dependiera de mí, esta boda no se realizaría.
HARPAGON ¡Qué cumplido tan fuera de lugar!
Bonita confesión para hacerle.
MARIANA
En cuanto a mí, y para
responderle, digo que si usted siente repugnancia de considerarme su madrastra,
yo no la siento menos de que sea usted mi hijastro. Y de no verme forzada por un poder absoluto,
le doy mi palabra, no consentiría jamás en un matrimonio que le causare dolor.
HARPAGON Os pido perdón, mi hermosa, por la
impertinencia de mi hijo. Es un joven de pocas luces que no mide las
consecuencias de sus palabras.
MARIANA Si hubiera hablado de otro
modo, lo estimaría mucho menos.
CLEANTO ¡Pues bien! Ya que mi padre
desea que hable de otra manera, sufrirá usted, señora, que me coloque ahora en
el lugar de él y le confiese que no he visto nada en el mundo tan encantador
como usted; y que el título de esposo suyo es una dicha que preferiría al
destino de los más grandes príncipes de la tierra. Sí, señora, no hay nada que yo no sea capaz
de hacer por una conquista tan preciosa, y los obstáculos más poderosos…
HARPAGON ¡Epa, hijo! ¡Más despacio, por
favor!
CLEANTO Es un cumplido que hago por
usted a la señora.
HARPAGON ¡Por Dios! Tengo lengua para
explicarme por mi mismo y no tengo necesidad de un apoderado como tú.
FROSINA ¡Más vale que vayamos ya a ver
la feria, para volver temprano y tener todo el tiempo para reunirnos y
conversar.
HARPAGON (A Marotte) Que aten
los caballos del coche.
MAROTTE Si, señor… (Salen)
HARPAGON (A Mariana) Os ruego
excusarme, hermosa mía, si no se me ocurrió convidarles algo antes de la
partida.
CLEANTO Yo me ocupé de eso, padre, e
hice traer algo de comida. ¡Flecha! (Entra Flecha con los sirvientes
con bandejas de comida) Naranjas de la China, limones abrillantados
y dulces…
HARPAGON (Bajo a Valerio)
¡Valerio!
VALERIO Se volvió loco.
CLEANTO
¿Ha visto alguna vez,
señora, un diamante más deslumbrante que el que ve en el dedo de mi padre?
MARIANA
Es muy brillante, es
verdad.
CLEANTO
(Sacándolo del dedo
de su padre, y entregándolo a Mariana) Debe verlo más de cerca.
MARIANA Es muy bello, sin duda y lanza
cantidad de destellos.
CLEANTO (Poniéndose ante
Mariana que quiere devolverlo) No, señora, está en bellas
manos. Es un presente que mi padre le
hace.
HARPAGON
¿Yo?
CLEANTO ¿No es cierto, padre, que
quiere que la señora lo conserve por amor a usted?
HARPAGON (Bajo a su hijo)
¿Cómo?
MARIANA De ninguna manera, quiero…
CLEANTO (A Mariana)
¿Se burla usted? No tiene intención de recibirlo.
HARPAGON (Aparte) ¡Yo lo mato!
CLEANTO (Siempre impidiendo
que Mariana devuelva el anillo) No, por favor, sería ofenderlo.
MARIANA Yo le ruego…
CLEANTO Ni una palabra más.
HARPAGON (Aparte) ¡Que la peste
te…!
CLEANTO ¿Ve que se escandaliza por su
rechazo?
HARPAGON (Bajo a su hijo)
¡Traidor!
CLEANTO Ya ve cómo se desespera.
HARPAGON (Bajo, a su hijo, amenazándolo) ¡Verdugo!
CLEANTO Padre, no es mi culpa; hice lo
que pude para obligarla a guardárselo, pero ella se obstina.
HARPAGON (Bajo a su hijo con rabia)
¡Ladrón!
CLEANTO (A Mariana)
Lo hará enfermar. ¡Por favor, señora, no
siga resistiéndose!
FROSINA ¡Por Dios! ¡Cuántas vueltas!
¡Guárdese el anillo si así lo quiere el señor!
MARIANA
(A Harpagón)
Para no enojarlo, lo guardo por ahora y en otro momento se lo devolveré.
ESCENA 8
Harpagón,
Mariana, Frosina, Cleanto, Marotte, y Elisa.
MAROTTE Señor, hay un hombre que quiere
hablarle.
HARPAGON Dile que ahora no puedo; que vuelva
en otra oportunidad.
MAROTTE Dice que le trae dinero.
HARPAGON
Os pido perdón. Vuelvo inmediatamente.
ESCENA 9
Harpagon,
Mariana, Cleanto, Elisa, Frosina, Merluza.
MERLUZA (Viene corriendo y
hace caer a Harpagón) Señor…
HARPAGÓN (Cae y lo sostienen dos
sirvientas) ¡Ay! Estoy muerto.
CLEANTO ¿Qué pasa, padre? ¿Se lastimó?
HARPAGÓN Seguro que esta mujer traidora,
recibió dinero de mis deudores para romperme el cuello.
VALERIO (A Harpagon)
No será para tanto.
MERLUZA (A Harpagon)
Señor, le pido perdón, pero creí mi deber venir rápido.
HARPAGON ¿Qué es lo que quieres aquí,
maldita?
MERLUZA Decirle que sus caballos están
sin herrar.
HARPAGON ¡Que los lleven ya al herrero!
CLEANTO
Mientras les colocan las
herraduras, haré en su lugar, padre, los honores de la casa. Llevaré a la
señora al jardín a donde haré mandar la comida. ¡Claudette, Marotte, Merluza! (Los sirvientes se llevan la comida)
HARPAGON
Valerio, vigila un poco todo
eso; y trata, te ruego, de salvar todo lo que puedas para devolvérselo al
confitero.
VALERIO
No tiene por qué
preocuparse, señor.
HARPAGON
(Solo)
¡Oh, hijo impertinente! ¿Quieres arruinarme?
(Escena
en el jardín. Flecha roba el tesoro de
Harpagón)
ACTO CUARTO
ESCENA
1
Cleanto, Elisa,
Mariana y Frosina
CLEANTO No hay moros en la costa,
podemos hablar libremente.
ELISA
Si, señora, mi
hermano me confió la pasión que siente por usted. Y le aseguro que me intereso
por su problema con enorme afecto.
MARIANA Es un dulce consuelo tener como
aliada a una persona como usted.
FROSINA Las dos son, lo juro, a cual
más desgraciada. Ante todo, por no
haberme advertido sobre sus asuntos. Yo
les hubiera evitado esta inquietud y no hubiese permitido que las cosas
llegaran a donde están.
CLEANTO ¡Qué quieres! Es mi torcido
destino quien lo ha querido así. Pero,
hermosa Mariana, ¿qué decides tú?
MARIANA ¿Pero qué quieres que haga?
Aunque pudiera superar las limitaciones a las que nuestro sexo está obligado,
tengo consideración por mi madre. Haz lo
que quieras, convéncela tú, emplea toda tu seducción en ganarla para nosotros. Y si sólo se trata de declararme en tu favor,
consiento con gusto en confesarle yo misma lo que siento por ti.
CLEANTO Frosina, mi Frosina, ¿quieres
ayudarnos?
FROSINA ¡Por favor! ¿Hay que
preguntarlo? Con todo mi corazón. Soy
por naturaleza muy emotiva. El Cielo no
me dio un alma de bronce y mi desbordante ternura ofrece sus modestos servicios
cuando veo gente que se ama de verdad. A
ver: ¿qué podemos hacer?
CLEANTO Piensa un poco, por favor.
MARIANA Danos una lucecita.
ELISA Inventa algo para romper
lo que tú misma hiciste.
FROSINA Es bastante difícil. (A Mariana) En cuanto a tu madre quizá podríamos convencerla
de que se traslade al hijo el don que pensaba hacer al padre. (A Cleanto) Pero el
inconveniente es que su padre es su padre.
CLEANTO Eso es obvio.
FROSINA Quiero decir que se sentirá
despechado si se lo rechaza y no estará de humor por el momento para consentir
en el casamiento de ustedes.
CLEANTO Tendrás, Frosina, mi
reconocimiento, si logras hacerlo. Pero,
encantadora Mariana, comencemos te ruego, por convencer a tu madre de romper
este matrimonio. Te ruego hagas todos
los esfuerzos posibles.
MARIANA
Haré cuanto pueda.
ESCENA 2
Harpagon,
Cleanto, Mariana, Elisa y Frosina
HARPAGON (Aparte, sin ser visto)
¿Y eso? Mi hijo besando la mano de su presunta madrastra y a su presunta
madrastra no parece desagradarle. ¿Qué
misterio hay aquí?
ELISA ¡Mi padre!
HARPAGON El coche está listo. Pueden partir cuando quieran.
CLEANTO Como usted no va con ellas,
padre, voy a acompañarlas.
HARPAGON Tú te quedas. Irán muy bien solas y
yo te necesito. (Salen las mujeres)
ESCENA 3
Harpagon
y Cleanto.
HARPAGON Bueno, madrastra aparte, ¿qué te
parece a ti esa persona?
CLEANTO ¿Qué me parece?
HARPAGON Sí, su estilo, su cuerpo, su
belleza, su brillo.
CLEANTO Es… digamos…
HARPAGON
¿Qué?
CLEANTO Para hablarle francamente,
vista de cerca no es lo que yo imaginaba. Se comporta como una coqueta, tiene
un cuerpo desagradable, una belleza mediocre y su talento es vulgar. No piense que es por disgustarlo padre. Pues
madrastra por madrastra, me da lo mismo una que otra.
HARPAGON Sin embargo, hace un momento le
dijiste…
CLEANTO Le dije algunas gentilezas en
su nombre sólo por complacerlo a usted.
HARPAGON
Entonces, ¿no se trata de que
te guste para ti?
CLEANTO
¿Para mí? En absoluto.
HARPAGON ¡Qué lástima! Porque eso descarta
una idea que se me había ocurrido. Cuando la tuve ante mí, reflexioné sobre mi
edad y pensé ¿qué podrán decir al verme casado con una persona tan joven? Esta
consideración me hubiera bastado para cambiar mi decisión, pero como ya la pedí
y le di a ella mi palabra, te la hubiese dado si no me hubieras testimoniado la
aversión que te produce.
CLEANTO ¿A mí?
HARPAGON
A ti.
CLEANTO ¿En matrimonio?
HARPAGON En matrimonio.
CLEANTO
Escuche: es cierto que
ella no es mi tipo, pero para agradarle a usted, padre, me resolvería a casarme
con ella si usted así lo quiere.
HARPAGON ¿Yo? Soy más razonable de lo que
crees. No quiero, de ningún modo,
violentar tu inclinación.
CLEANTO Perdóneme: soportaría esta
violencia por amor a usted.
HARPAGON No. Si hubieras sentido alguna
atracción por ella, todavía; te la hubiera dado en matrimonio en mi lugar, pero
siendo así, seguiré mi primera decisión y yo mismo la desposaré.
CLEANTO Y bien, padre mío; ya que las
cosas son de esta manera, me veo obligado a abrirle mi corazón. La verdad es que la amo desde el día en que
la vi en un paseo. Tuve la intención
inmediata de pedírsela a usted en matrimonio, y solo me detuvo la declaración
suya sobre sus propios sentimientos y el temor de disgustarlo.
HARPAGON ¿La visitaste’
CLEANTO Si, padre.
HARPAGON ¿Muchas veces?
CLEANTO Bastantes, en el poco tiempo
que nos conocemos.
HARPAGON ¿Fuiste bien recibido?
CLEANTO Muy bien, pero sin que supieran
quién era yo; fue eso lo que provocó hace un momento la sorpresa de Mariana.
HARPAGON ¿Le declaraste tu pasión y tu
interés de desposarla?
CLEANTO Naturalmente. Y hasta le hice a
su madre algunas insinuaciones.
HARPAGON ¿Escuchó ella la proposición para su
hija?
CLEANTO Con suma cortesía.
HARPAGON ¿Y la hija corresponde claramente a
tu amor?
CLEANTO Si debo creer a las evidencias,
estoy convencido padre, que no le soy indiferente.
HARPAGON Me alegra conocer el secreto y era,
precisamente lo que yo preguntaba. ¡Ahora bien! ¿Sabes qué pasa, hijo? Que
tienes que pensar ya, si te place, en deshacerte de este amor, en cesar toda
persecución de la persona pretendida por mí, y en casarte con la que se te
destina.
CLEANTO ¿Qué jugada me hace, padre?
Pues bien: si llegamos a esto, le declaro que yo no pienso renunciar a la
pasión que siento por Mariana, y que si usted tiene a su favor, el
consentimiento de una madre, yo contaré con otros refuerzos que combatirán por
mí.
HARPAGON ¿Cómo, condenado? ¿Tienes la audacia
de cazar en mis tierras?
CLEANTO Usted es quien invade las mías;
en fechas, soy el primero.
HARPAGON
¿No soy tu padre? ¿No me debes
respeto?
CLEANTO Estas no son cosas que obligan
a los hijos a subordinarse a los padres. El amor no reconoce a nadie.
HARPAGON Te obligaré a reconocerme con unos
cuantos golpes.
CLEANTO Sus amenazas ya no me asustan.
HARPAGON
Renunciarás a Mariana.
CLEANTO
¡Jamás!
HARPAGON ¡Ya verás! ¡Te enseñaré a respetar!
ESCENA 4
Don
Santiago, Harpagon y Cleanto.!
DON
SANTIAGO ¡Eh, eh, señores! ¿Qué hacen?
¿Qué pasa aquí?
CLEANTO ¡Me río de eso!
DON
SANTIAGO (A Cleanto)
¡Señor, por favor!
HARPAGON ¡Hablarme con ese descaro!
DON
SANTIAGO (A Harpagón)
¡Ay, señor, le ruego…!
CLEANTO
¡No desistiré, nunca!
DON
SANTIAGO (A Cleanto)
¡Señor, es su padre!
HARPAGON ¡Déjame hacer! (Intenta golpear a
Cleanto)
DON
SANTIAGO (A Harpagón)
Señor, ¿a su hijo? Si fuera conmigo, vaya y pase…
HARPAGON Quiero que seas tú mismo Don
Santiago, el juez de este asunto, y veas cómo tengo razón.
DON
SANTIAGO De acuerdo (A Cleanto) Aléjense un poco.
HARPAGON Amo a una muchacha y quiero casarme
con ella, y ese delincuente tiene la insolencia de amarla a su vez y de
pretenderla a pesar de mis órdenes.
DON
SANTIAGO ¡Qué error!
HARPAGON ¿No es una cosa espantosa que un
hijo quiera entrar en competencia con su padre? ¿Y no debe él, por respeto,
abstenerse de contrariar mis inclinaciones?
DON
SANTIAGO Usted tiene razón. Quédese ahí y déjeme hablar con él. (Va hacia Cleanto en el otro extremo)
CLEANTO (A Don Santiago)
De acuerdo, si él te ha declarado juez, también yo lo acepto.
DON
SANTIAGO Es mucho honor el que me
hace.
CLEANTO Estoy enamorado de una joven
que me corresponde y recibe con ternura mis ofertas de amor; y a mi padre se le
ocurre perturbar nuestro amor, enviando él una proposición matrimonial.
DON
SANTIAGO ¡Qué gran error!
CLEANTO ¿No tiene vergüenza a su edad,
de pensar en casarse? ¿Le queda bien estar enamorado? ¿No debería dejar esta
ocupación a los jóvenes?
DON
SANTIAGO Tiene razón, es una
burla. Déjeme decirle dos palabras. (Vuelve a Harpagon) Bien, señor: su hijo dice saber el
respeto que le debe, que se ha dejado llevar por el primer impulso, y que no se
niega a someterse a su voluntad, siempre y cuando lo trate mejor que como
habitualmente lo hace, y le de en matrimonio una persona para él aceptable.
HARPAGON
Ah, dile, Don Santiago, que en
esas condiciones puede esperarlo todo de mí, y que, fuera de Mariana, lo dejo
en libertad de elegir a quien quiera.
DON
SANTIAGO Déjeme hacer. (Va al hijo) Bien: su padre me testimonia que está
totalmente dispuesto a darle lo que usted desea, si lo solicita con dulzura y le rinde la
deferencia, el respeto, y la sumisión que un hijo debe a su padre.
CLEANTO ¡Ah! Don Santiago. Puedes
asegurarle que si él me otorga a Mariana, me tendrá siempre como el más sumiso
de los hombres, y que nunca más haré nada contra su voluntad.
DON
SANTIAGO (A Harpagòn)
Está hecho: consiente en lo que usted dice.
HARPAGON ¡Excelente!
DON
SANTIAGO (A Cleanto)
Asunto concluido: lo satisfacen sus promesas.
CLEANTO ¡Gracias al Cielo!
DON
SANTIAGO Señores: no tienen más que
hablar a solas; ahora ya están de acuerdo. Iban a pelearse, por no haberse
escuchado.
HARPAGON (Saca su pañuelo del bolsillo,
lo que hace creer al Don Santiago que le dará dinero) Mi pobre Don
Santiago, le quedo obligado para siempre.
DON
SANTIAGO Beso sus manos. (Sale)
ESCENA 5
Harpagon
y Cleanto
CLEANTO Le pido perdón, padre mío, por
el arranque que tuve.
HARPAGON Se olvidan fácilmente las faltas de
los hijos cuando ellos se someten al deber.
CLEANTO Le prometo, padre, que hasta la
tumba conservaré en mi corazón el recuerdo de sus bondades.
HARPAGON Y yo te prometo que no habrá cosa
alguna que no puedas obtener de mí.
CLEANTO Padre, yo no le pido más nada;
y es darme mucho, haberme dado a Mariana.
HARPAGON ¿Cómo? ¿Quién habla de entregarte a
Mariana?
CLEANTO Usted, padre.
HARPAGON ¡Cómo! Eres tú quien prometió
renunciar a ella.
CLEANTO ¿Yo, renunciar a ella?
HARPAGON
Si.
CLEANTO
Rotundamente, no.
HARPAGON ¡Cómo, delincuente! ¿Otra vez?
CLEANTO Nada me hará cambiar.
HARPAGON Te prohíbo volverme a ver.
CLEANTO En buena hora.
HARPAGON Te desconozco como hijo.
CLEANTO Así sea.
HARPAGON Te desheredo, y te maldigo. (Sale)
CLEANTO ¿Qué voy a hacer con tantos
regalos?
ESCENA 6
Flecha
y Cleanto
FLECHA (Entrando del
jardín con una caja) ¡Ah, señor, qué suerte encontrarlo! Sígame
rápido.
CLEANTO
¿Qué pasa?
FLECHA Estuve acechando esto todo el
día.
CLEANTO ¿Pero, qué es?
FLECHA El tesoro de su padre. Lo he
conseguido.
CLEANTO ¿Cómo lo descubriste?
FLECHA Lo sabrá todo. Pero
escapemos, que lo oigo llegar.
ESCENA 7
Harpagón
HARPAGÒN ¡Ay, mi pobre dinero, mi pobre
dinero! ¡Pobre amigo mío, me han privado de ti! Y contigo he perdido mi apoyo,
mi consuelo, mi alegría; todo ha terminado para mí y ya nada tengo que hacer en
el mundo. Sin ti, me es imposible
vivir. Estoy muerto, estoy enterrado.
¡Al ladrón,
al ladrón! ¡Al asesino, al criminal! ¡Justicia, justo Cielo! Estoy perdido,
asesinado, me cortaron la garganta, me robaron mi dinero. (Ve su sombra y
agarra su propio brazo) ¿Quién es? ¡Quieto ahí! ¡Devuélveme mi
dinero, canalla! (Se da cuenta del error) ¡Ah, soy yo!
(Ve el público) ¡Cuánta gente junta! Todos me parecen
sospechosos, todos me parecen mi ladrón. ¡Ah! ¿De qué hablan ahí? ¿No está
escondido entre ustedes? ¡Todos me miran y se ríen! ¡Ya verán! De seguro son
cómplices del robo que me han hecho.
¿No hay
nadie que quiera resucitarme devolviéndome mi querido
dinero o diciéndome quién se lo llevó? Llamaré a la justicia y que interroguen
a toda mi casa; sirvientes, criados, hijo, hija… y a mí mismo.
¡Pronto,
comisarios, jueces, tormentos, cadalsos, y verdugos! ¡Quiero que detengan a
todo el mundo, y si no encuentro mi dinero, yo mismo me ajusticiaré! (Sale).
ACTO QUINTO
ESCENA
1
El
Comisario, su Escriba, y Harpagòn.
COMISARIO Déjelo por mi cuenta. Conozco mi
oficio, a Dios gracias. Son años
descubriendo robos, y me gustaría tener tantas bolsas como personas hice
detener.
HARPAGON Si no me ayudan a recuperar mi dinero,
pediré justicia a la justicia.
COMISARIO ¡Tome nota!
ESCRIBA Si, señor.
COMISARIO ¿Dice usted que en ese cofre
había…?
HARPAGON Treinta mil libras bien contadas.
ESCRIBA ¿Treinta mil? ¿Tanto?
COMISARIO ¡Silencio, escribe! ¡Es un robo
considerable…
HARPAGON
No hay suplicio proporcionado a
la enormidad de este crimen; y si queda inmune, las cosas más sagradas ya no
están seguras.
COMISARIO ¿Y usted de quién sospecha?
¡Escriba!
ESCRIBA Si, señor…
HARPAGON De todo el mundo y quiero que
detenga a toda la ciudad y alrededores.
ESCRIBA (Al Comisario)
¡Yo no fui! ¡No fui!
COMISARIO ¡Basta ya!
ESCENA 2
Don
Santiago, Harpagón, Comisario, Escriba
DON
SANTIAGO (Al fondo,
volviéndose hacia el lado de donde viene) Ya vuelvo en seguida. Que lo degüellen ya mismo, que le tuesten las
patas, lo pongan en agua hirviendo y que lo cuelguen cabeza abajo.
HARPAGON (Al Don Santiago) ¿A
quién? ¿Al que me robó?
DON
SANTIAGO Hablo de un lechón, que su
mayordomo acaba de enviarme y quiero preparárselo muy especialmente.
HARPAGON No es ese el asunto ahora, y con
este señor es otro el tema del que hay que hablar.
COMISARIO Por favor, no se asuste. No quiero
hacerle daño, de modo que tratemos esto con dulzura.
DON
SANTIAGO ¿El señor es un invitado a la
cena?
COMISARIO Aquí, mi querido amigo, no puede
ocultarle nada a su patrón.
DON
SANTIAGO ¡Encantado, señor! Mostraré
todo lo que sé hacer y a usted lo trataré de la manera más distinguida.
HARPAGON
Traidor; quiero que me des noticias
del dinero que me robaron. (Lo persigue)
DON
SANTIAGO ¿Le robaron dinero?
HARPAGON ¡Sí, ladrón! E irás preso si no me
lo devuelves. (Lo persigue)
COMISARIO (A Harpagon) ¡Por
Dios, no lo maltrate! Ya por su cara se ve que un hombre honesto y que, sin
necesidad de hacerse meter preso le va a decir lo que usted quiere saber. Sí, mi amigo, si usted confiesa, no le
haremos ningún daño, y su patrón lo recompensará como corresponde. Le robaron su plata hoy, y no puede ser que
usted no sepa nada. ¡Escriba!
ESCRIBA Sí, señor…
DON
SANTIAGO (Aparte)
¡La gran oportunidad de vengarme de nuestro mayordomo! Todavía me duelen los
golpes de hace un rato.
HARPAGON ¿Qué estás rumiando?
DON
SANTIAGO Señor, si usted quiere mi
opinión, yo creo que quien dio ese golpe fue su querido mayordomo.
ESCRIBA ¡No…!
SR.SANTIAGO ¡Sí!
HARPAGON ¿Valerio?
DON
SANTIAGO Sí.
HARPAGON ¿El que parece tan fiel?
DON
SANTIAGO El mismo. Creo que, fue él,
quien le robó.
HARPAGON ¿Y por qué lo crees?
DON
SANTIAGO Lo creo… porque lo creo.
ESCRIBA …porque lo creo.
COMISARIO Pero debe decirnos qué indicios
tiene.
HARPAGON ¿Le viste rondar por el lugar donde
puse mi dinero?
DON
SANTIAGO Por supuesto. ¿Dónde estaba
su dinero?
ESCRIBA ¿Dónde?
HARPAGON En el jardín.
ESCRIBA En el jardín.
DON
SANTIAGO Justamente; lo vi rondar por
el jardín. ¿Y en qué estaba guardado el dinero?
ESCRIBA
¿En qué…?
HARPAGON En un cofre.
ESCRIBA …cofre…
DON
SANTIAGO ¡Ahí lo tiene! Lo vi con un
cofre.
HARPAGON
¿Y el cofre cómo era? Quiero
ver si es el mío.
DON
SANTIAGO Era… era con forma de cofre.
ESCRIBA ….forma de cofre…
COMISARIO Eso se entiende; pero descríbalo un
poco, para ver.
DON
SANTIAGO Era muy grande.
HARPAGON El que me robaron era pequeño.
DON
SANTIAGO ¡Claro, sí! Pequeño desde ese
punto de vista, pero digo grande por lo que contiene.
COMISARIO ¿Y de qué color era?
DON
SANTIAGO Era de color… sí, de un
color… ¿Me puede ayudar un poco?
HARPAGON ¿Cómo?
DON
SANTIAGO ¿Rojo?
HARPAGON No. Gris.
DON
SANTIAGO ¡Claro! Gris-rojizo: eso
quise decir.
ESCRIBA …gris, rojizo…
HARPAGON No hay ninguna duda: fue él con
seguridad. ¡Cielos! ¿En quién se puede confiar? A partir de esto creo que hasta
yo puedo robarme a mi mismo.
DON
SANTIAGO Señor, aquí llega. No vayan a decirle que fui yo, quién lo
denunció.
ESCENA 3
Valerio,
Harpagón, Comisario, Escriba y Don Santiago
HARPAGON Ven aquí. Ven a confesar la acción
más negra, el atentado más horrible que jamás se haya cometido.
VALERIO ¿Qué desea, señor?
HARPAGON ¿Cómo, traidor, no enrojeces por tu
crimen?
VALERIO ¿De qué crimen habla?
HARPAGON Es inútil que trates de disfrazarlo;
todo se ha descubierto. ¡Cómo! ¿Abusar así de mi bondad y haberte introducido a
propósito junto a mí, para traicionarme, para hacerme una jugada de esta
naturaleza?
VALERIO Señor, ya que todo está
descubierto, no quiero andar con vueltas y no voy a negar nada.
DON
SANTIAGO (Aparte)
¿Cómo? ¿Habré adivinado sin querer?
VALERIO Si las cosas se dieron así lo
invito a no enojarse y a tratar de escuchar mis razones.
HARPAGON ¿Y qué buenas razón puedes darme,
ladrón infame?
VALERIO ¡Por favor, no se descontrole!
Cuando me haya escuchado, verá que el daño no es tan grande como usted lo cree.
HARPAGON ¡El mal no es tan grande como yo lo
creo! ¿Cómo? ¡Mi sangre, mis entrañas, criminal!
VALERIO Su sangre, señor, no ha caído
en malas manos. Nada hay en todo esto
que yo no pueda reparar.
HARPAGON Es precisamente lo que intento, que
me restituyas lo que me has arrebatado.
VALERIO Su honor, señor, será
plenamente satisfecho.
HARPAGON ¡Qué me importa el honor! Pero,
dime: ¿quién te empujó a todo esto?
VALERIO Un Dios que otorga las excusas
por todo lo que obliga a hacer el amor.
HARPAGON ¡Hermoso amor! ¡Hermoso amor,
demonios! Amor a mis monedas de oro.
VALERIO Dejo constancia de no
pretender nada de todos sus bienes, si sólo me deja el que ya poseo.
HARPAGON ¡Pero vean la insolencia de querer
quedarse con lo que me ha robado!
VALERIO ¿Llama a esto un robo?
HARPAGON
¿Si lo llamo robo? ¡Un tesoro semejante!
VALERIO Pero no lo perderá por
dejármelo. Se lo pido de rodillas, ese tesoro lleno de encanto. Y si quiere
hacer el bien, es preciso que me lo otorgue.
HARPAGON No te otorgaré nada de nada. ¿De qué
estás hablando?
VALERIO Nos hemos comprometido a ser
uno para el otro y para siempre.
HARPAGON ¡Es bien perverso; con mi dinero!
VALERIO Ya le he dicho, señor, que no
ha sido ese el interés que me llevó a hacer lo que hice.
HARPAGON Ya verán que es por caridad
cristiana que quiere mi tesoro. Pero voy a poner orden, y la justicia,
desvergonzado delincuente, me dará toda la razón.
VALERIO Aquí estoy, dispuesto a sufrir
todas las violencias que a usted le plazca infligirme, pero le ruego creer por
lo menos que si existe algún mal, es sólo a mí a quien debe acusar y que su
hija, en todo esto, no tiene culpa alguna.
HARPAGON ¡Me resulta evidente! Sería muy
extraño que mi hija se viera salpicada por este crimen. Pero quiero recuperar lo que me pertenece y,
que tú me confieses de dónde lo secuestraste.
VALERIO ¿Yo? No hubo tal secuestro y
todavía está aquí.
HARPAGÓN (Aparte) ¡Mi cofrecito
querido! (Alto) ¿No ha salido de la casa?
VALERIO
No, señor.
HARPAGON Ajá… Dime un poco, entonces. ¿no
tocaste nada?
VALERIO ¿Yo? ¿Cómo si “toqué”? Antes
quisiera morir que mostrarle el menos pensamiento ofensivo; hay demasiado
juicio, demasiada honestidad de su parte, para eso.
HARPAGON (Aparte) ¿Mi cofre,
demasiado honesto?
VALERIO Todos mis deseos se limitaron
a gozar de su vista, y nada criminal ha profanado la pasión que sus bellos ojos
me han inspirado.
HARPAGON (Aparte) ¿Los bellos
ojos de mi cofre? Habla de él como un enamorado de su amante.
VALERIO Fue después de haber conocido
la honestidad de mis ardores, que su hija aceptó otorgarme su fe y recibir la
mía.
HARPAGON ¿Eh? (Aparte) ¿Será
que el miedo a la justicia lo hace delirar? (Alto) ¿Qué barullo
haces ahora con mi hija?
VALERIO Digo señor, que fue muy
arduo que su pudor terminase por aceptar
mi amor.
HARPAGON ¿El pudor de quién?
VALERIO De su hija. Y sólo desde ayer
pudo ella decidirse a una mutua promesa de matrimonio.
HARPAGON ¡Oh, Cielos! ¡Otra desgracia! ¿Mi
hija te ha prometido matrimonio?
DON
SANTIAGO (Al Escriba)
¡Escriba, señor, escriba!
ESCRIBA
¡Sí, señor…
escribo….escribo!
HARPAGON Entonces, señor, cumpla con su deber
e instrúyale proceso por ladrón y corrupto.
DON
SANTIAGO Cómo, ladrón y corrupto.
ESCRIBA …corrupto.
ESCENA 4
Elisa,
Mariana, Frosina, Harpagon, Valerio, Don Santiago, Comisario y Escriba
HARPAGON Ah, hija pervertida. ¿Te dejas
enamorar por un ladrón infame y le das tu palabra sin mi consentimiento? Pero
se equivocan uno y el otro. (A Valerio) Tú serás
descuartizado vivo.
ELISA (De rodillas ante
su padre) Padre, muestre sentimientos un poco más humanos, por
favor. Y sepa, que sin él, usted ya no me tendría desde hace mucho tiempo. Si, padre, fue él quien me salvó del gran
peligro que usted sabe yo corrí de ahogarme, y es a él, a quien debe usted la
vida de esta hija que…
HARPAGON Y más me valdría que te hubiera
dejado ahogar.
ELISA Padre, le conjuro, por
el amor paternal a que…
HARPAGON ¡No, no quiero escuchar nada! Y que
la justicia cumpla con su deber.
DON
SANTIAGO (Aparte, a Valerio)
Me pagarás mis golpes.
FROSINA (Aparte)
Esto es lo que se llama un buen enredo.
ESCENA 5
Anselmo, Harpagòn,
Elisa, Mariana, Frosina, Marotte, Claudette, Merluza, Valerio, Don Santiago,
Comisario y Escriba.
ANSELMO ¿Qué ocurre, señor Harpagón? Lo
veo muy perturbado.
HARPAGON ¡Ah, señor Anselmo! Ahí tiene un
traidor, un pervertido que violó los más santos derechos, que se infiltró en mi
casa bajo el título de mayordomo para robarme mi dinero y corromper a mi hija.
VALERIO ¿Qué tiene que ver su dinero?
¿Qué es este embrollo?
HARPAGON Si. Se dieron uno al otro promesa de
matrimonio. Y esta afrenta le concierne,
señor Anselmo.
ANSELMO No es mi intención casarme por
la fuerza, ni pretender un corazón que ya ha sido entregado, pero en cuanto a
sus intereses, estoy listo para tomarlos como los míos propios.
HARPAGON Tenemos aquí, señor, a un honrado
Comisario. (Al Comisario, mostrando a Valerio) Hágale los
cargos que le corresponden, señor, y que los hechos resulten bien criminales.
VALERIO No veo qué crimen se me puede
atribuir por la pasión que siento por su hija, y el suplicio que usted supone
puede constituir mi condena, cuando se sepa quién soy.
HARPAGON Me río de todos esos cuentos: el
mundo está hoy lleno de usurpadores de títulos.
VALERIO
Todo Nápoles puede dar
testimonio de mi nacimiento.
ANSELMO ¡Alto ahí! Cuidado con lo que va
a decir. Habla delante de un hombre que
conoce muy bien Nápoles.
VALERIO (Se coloca
bruscamente su sombrero) Si conoce bien Nápoles sabe quién era Don
Tomás de Alburcy.
HARPAGON No me importa un comino ni de
Don Tomás ni de Don Martín.
ANSELMO Le suplico, déjelo hablar:
veremos qué nos dice de esto.
VALERIO Quiero decir que fue él quien
me dio la vida.
ANSELMO Búsquese otra historia que
resulte más creíble y no pretenda salvarse con esta impostura.
VALERIO ¡No le permito! No es una
impostura.
ANSELMO ¿Se atreve a llamarse hijo de
Don Tomás de Alburcy?
VALERIO Me atrevo, sí. Y estoy dispuesto a sostener esta verdad
contra quién fuese.
ANSELMO ¡Es de una audacia maravillosa!
Sepa usted, para su confusión, que hace dieciséis años por lo menos que el
hombre de quien nos habla pereció en el mar, con sus hijos y su mujer, cuando
intentaba salvar su vida las crueles persecuciones que acompañaron a los
desórdenes en Nápoles, que llevaron al exilia a varias familias nobles.
VALERIO Sí, pero sepa usted, para su
confusión, que su hijo de siete años, con un criado, fue salvado de ese
naufragio por un barco español, y que ese hijo salvado es quién está
hablándole, que las armas fueron mi profesión desde que fui capaz de
empuñarlas; que supe poco después que mi padre no estaba muerto como siempre lo
había creído, que pasando por aquí para ir a buscarlo, un azar concertado por
el Cielo me permitió conocer a la arrebatadora Elisa; y que la violencia de mi
amor y las severidades de su padre me hicieron tomar la resolución de
introducirme en su casa y enviar a mi criado en busca de mis padres.
ANSELMO ¿Y qué testimonio, además de sus
palabras, puede asegurarnos que todo esto, no es una fábula construida por
usted sobre una verdad?
VALERIO El capitán del barco español,
un anillo de sello de rubí que perteneció a mi padre, un brazalete de ágata que
mi madre me había puesto en el brazo, y el viejo Pedro, el criado que se salvó
conmigo del naufragio.
MARIANA ¡Señores! A sus palabras, yo
puedo responder que usted no está mintiendo, y lo que dice me hace reconocer
claramente que usted es mi hermano.
VALERIO ¿Usted mi hermana?
MARIANA Si, y nuestra madre, a quien va
usted a resucitar de dicha me ha hablado mil veces de las desgracias de nuestra
familia. El Cielo no nos hizo tampoco
perecer en ese naufragio, pero fueron corsarios quienes a nosotros nos
recogieron sobre restos de nuestro barco.
Tras diez años de esclavitud, una suerte feliz nos devolvió la libertad,
y pasamos a Génova adonde fue mi madre para reunir algunos miserables restos de
una sucesión que le fue arrebatada, y de allí, huyendo de la bárbara injusticia
de sus parientes, llegamos aquí, donde no ha sido vida la que ella ha llevado.
ANSELMO ¡Cielos! ¡Cómo nos haces ver que
sólo a ti pertenecen los milagros! Abrácenme, mis hijos, y confundan su alegría
con la mía.
VALERIO ¿Usted es nuestro padre?
MARIANA ¿Es usted a quien mi madre
tanto ha llorado?
ANSELMO Si, hija mía; si, hijo: soy Don
Tomás de Alburcy, a quien el Cielo salvó de las olas con los caudales que
llevaba y que, habiéndolos creído muertos, durante dieciséis años, se preparaba
después de largos viajes, a buscar en el matrimonio, el consuelo de una nueva
familia. La falta de seguridad que se me
ofrecía de retornar a Nápoles, me sugirió renunciar a eso para siempre y como
encontré el medio de ordenar la venta de lo que tenía, me habitué a este lugar
donde, bajo el nombre de Anselmo, quise alejarme de los pesares de aquel otro
nombre, que tantos dolores me ha aportado.
MARIANA (A Harpagon)
Por favor, mande a buscar a nuestra madre.
HARPAGON ¡Claudette, Marotte, Merluza!
¡Busquen a esa señora, pronto!
CLAUDETTE ¡Si, patrón!
MAROTTE Allí vamos… pronto.
MERLUZA ¡Cuantas emociones! (Salen las tres)
HARPAGON
(A Anselmo)
¿Es ese su hijo?
ANSELMO Si.
HARPAGON Lo cito a usted en justicia como deudor
de treinta mil libras que él me robó.
VALERIO
¿Quién le dijo eso?
HARPAGÓN
Don Santiago.
VALERIO (A Don Santiago)
¿Eres tú quien lo dice?
DON
SANTIAGO ¿No ve que no digo nada?
HARPAGON Sí, aquí está el señor Comisario que
recibió su declaración.
ESCENA 6
Cleanto, Valerio,
Mariana, Elisa, Frosina, Harpagon, Madelón, Merluza, Marotte, Claudette, Don
Santiago, Flecha, Comisario y Escriba
CLEANTO No se atormente más, padre;
vengo aquí a decirle que si se resuelve a dejarme casar con Mariana, su dinero
le será devuelto.
HARPAGON ¿Dónde está?
CLEANTO Yo respondo del lugar y todo
depende sólo de mí. Puede elegir: me da
a Mariana o pierde el cofre.
HARPAGÓN ¿No le han sacado nada?
CLEANTO Absolutamente nada. Decida si
va a juntar su consentimiento al de su madre, que ya la dejó en libertad de
elegir entre nosotros dos.
MARIANA (A Cleanto)
Pero lo que tú no sabes es que ya no basta ese consentimiento y que el Cielo (Mostrando a Valerio), junto con mi hermano a quien estás
viendo, acaba de devolverme (Mostrando a Anselmo)
a mi padre, de quien tienes ahora que obtenerme.
ANSELMO El Cielo, hijos no me devuelve a
ustedes para contrariar sus deseos.
Señor Harpagón, bien ve usted que la elección de una joven recaerá sobre
el hijo antes que sobre el padre. Vamos,
no se haga decir lo que está demás y consienta, como yo, en este doble
matrimonio.
HARPAGON Para decidirme, debo antes ver mi
cofrecito.
CLEANTO Aquí lo tiene. Sano y entero.
HARPAGON ¡Mi cofre! ¡Mi cofrecito!
(Aparece
Madelón con las tres sirvientas. Vienen corriendo)
MADELÓN ¡Hija! ¡Hija! ¿Es verdad lo que
estas mujeres me cuentan? ¿Dónde está tu padre, donde?
ANSELMO ¡Aquí, mi querida esposa! ¡Qué
alegría tan grande! (Se abrazan)
VALERIO ¡Madre mía! ¡Madre!
MADELON ¡Hijo! ¡Hijo mío!
HARPAGÓN (Escondiendo el cofre)
Es muy emotivo este encuentro, pero yo debo aclarar que no tengo dinero para
los matrimonios de mis hijos.
ANSELMO Yo lo tengo para ambos; que eso
no lo inquiete.
HARPAGON ¿Se compromete a hacer todos los
gastos de estos dos casamientos?
ANSELMO Me comprometo. ¿Está satisfecho?
HARPAGON Sí, siempre y cuando me haga hacer
un traje para las bodas.
ANSELMO De acuerdo. Vamos a disfrutar de
la alegría que nos brinda este día feliz.
COMISARIO ¡Esperen, señores, esperen!
Despacio, por favor. ¿Quién pagará toda la documentación?
HARPAGON Ya no sirva para nada su documentación
COMISARIO Sí, pero no pretendo, al menos yo,
haber trabajado por nada.
ESCRIBA ¡Y yo! ¡Y yo! ¡Y yo!
COMISARIO ¡Basta!
HARPAGON (Mostrando a Don Santiago)
Para cobrarse, aquí tienen a Don Santiago.
DON
SANTIAGO A, ¿Cómo hay que hacer,
entonces? Me apalean por decir la verdad y me quieren colgar por mentir.
ANSELMO Señor Harpagón, tiene que
perdonar esta impostura.
HARPAGON ¿Y quién pagará al Comisario?
¿Usted?
ANSELMO Sea. Vamos a casa a compartir en
familia este gran día.
(Las
sirvientas roban el contenido del cofre)
HARPAGON Y yo a reencontrarme con mi cofre
amado… ¡Ay! ¡No hay nada dentro!... ¡Mi dinero! ¡Me robaron!
(Las sirvientas arrojan monedas sobre Harpagón, mientras Harpagón
enloquece)
TELÓN
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